La historia de mi vida inicia a finales de los años 80´s, en una humilde casa ubicada en la vereda Nacederos del municipio de Quebradanegra, un lugar donde las fértiles tierras generaban cultivos de caña, café, plátano, yuca, entre otras siembras que servían como sustento para las familias y la comunidad.

Durante los primeros años disfruté de los privilegios que gozan aquellos que viven en el campo, en medio de un clima fresco, productos sanos libres de químicos, en donde la seguridad, el cariño y la confianza se gestaban de manera natural, donde los niños transitaban por cada uno de los senderos y caminos reales existentes para ir de un lado a otro, para estar de vecindad en vecindad durante el día o luego de la jornada escolar.

Mi nombre es Sneider Alberto Beltrán, un joven campesino que en medio de las dificultades entendió la importancia de equilibrar sus acciones diarias con el campo y el medio ambiente.

«Mis ancestros y raíces me definen como CAMPESINO, una identidad que se ha desvanecido con el pasar del tiempo y que va más allá de las cotizas, el poncho y el machete. Durante años he luchado ante la premisa de que el campesino es aquel ser pobre, sucio e ignorante, a lo que he respondido afirmando que somos riqueza espiritual y natural.»

Al buscar el significado del término “campesino” son escasos los resultados para esta definición, el más acertado puntualiza al campesinado como la base histórica de un pueblo y su herencia productiva, no obstante, y tras varios recorridos interminables en mi municipio he encontrado que para los propios campesinos su definición va más allá.

Natali Anzola Rueda afirma que el ser campesino más que un nombre o un título es un orgullo, un honor, pues no solo significa labrar la tierra sino el amor a la naturaleza y el cuidado de ella; acompañado del privilegio que se goza, el despertar acompañado del canto de las aves, del sonido que produce el agua de las quebradas, el verde de las montañas, es todo un tesoro natural que resplandece a la vista de quien la contempla.

 

Según Elías Anzola Bolívar, el campesino es aquella persona que ama su terruño, que no se arrodilla sino ante el surco, que es feliz con lo que hace, que no se deja deslumbrar por nada y termina siendo una raíz más del campo.

Todo aquel que se autodefine como campesino y habitó en territorio rural sabe que para hablar del campo es necesario mencionar la historia violenta que marcó a nuestro país, Colombia, y que sintieron muy cerca cientos de familias campesinas en Cundinamarca. Por supuesto las tierras y parcelas de mi municipio no escapan de ese doliente pasado, al convertirse en el campo de batalla de los grupos armados que con sus armas e intimidaciones sustituyeron las siembras alimenticias por una siembra de temor y desalojo de sus tierras, fenómeno conocido como desplazamiento forzado o despojo de tierras.

Recuerdo que, en época de colegio, el desplazamiento de personas, asesinatos de amigos y familiares, ráfagas de fusil y de pistolas, eran el pan de cada día y los titulares de noticias. La intranquilidad, la desconfianza y el terror habitaban a finales de los años noventa y a comienzos del dos mil.

Mi padre, Juan Alberto Beltrán, recuerda aquella época con tristeza, años donde los campesinos tuvieron que soportar la humillación, la zozobra, el miedo, la angustia y el sufrimiento por la pérdida de seres queridos, la prohibición para caminar por lo propio, la desesperación que hacía que se abandonaran las tierras, además de la soledad que dejó para muchos, no solo a seres humanos sino también a animales de labor o de producción que se quedaron sin la esperanza de la vida.

Como muchos jóvenes de la época me encontraba en medio de este conflicto que me obligó a salir del municipio para continuar con mis estudios de secundaria hasta graduarme como bachiller, para entonces, gran parte de los grupos armados habían desaparecido de la zona y el campo se encontraba arruinado, parecía un lugar distinto a aquel en el que nací.

Ante las pocas oportunidades académicas y laborales, me trasladé a la capital donde realicé un curso de vigilancia privada, que me brindó el sustento necesario para vivir y realizar por casi tres años mi primer trabajo como vigilante, hasta el día en que tomé la decisión de retornar a mi tierra y convertirme en un vigía ambiental, lo que requirió cursar estudios en el Servicio Nacional de Aprendizaje – SENA, mi segundo hogar, para formarme como tecnólogo en administración de empresas agropecuarias y luego prestar servicios como vacunador, líder comunal e instructor del SENA en el departamento del Vichada.

Esta experiencia me permitió conocer sus prácticas y la relación con la naturaleza o la Pachamama, fui testigo de cómo los campesinos e indígenas valoraban su recurso natural, hechos como ir de pesca y tener la capacidad de devolver al rio peces de menos de tres libras para garantizar la reproducción y la sostenibilidad de las especies.

De regreso a Quebradanegra y con la experiencia adquirida, tuve la oportunidad de ser coordinador de la Unidad Municipal de Asistencia Técnica Agropecuaria. Desde allí he contribuido en la implementación de proyectos, entre ellos la reforestación de 34 hectáreas para proteger a la flora y fauna del sector, creando un corredor importante para la comunicación con la Reserva La Montaña ubicada en el municipio de Villeta y Guaduas, dirigiendo procesos de recolección de residuos de los campos, limpieza de fuentes hídricas, la instalación de nuevos cultivos como el aguacate como agente, permitiendo el cuidado de las principales fuentes que abastecen los centros poblados del municipio y las veredas.

Actualmente lidero un proyecto de conservación familiar, instalando un sendero con guadua sobre la quebrada La Esmeralda que abastece a la finca y al acueducto de la parte baja de la vereda Nacederos, y en mi casa instalando árboles nativos con el fin de formar un paradero de aves que me permita revivir mis primeras épocas y contribuir con la reconstrucción del medio ambiente.

Al retomar algunas de las palabras de Elías, de mi padre y de Natali, quienes mencionan al campesino como una raíz más del campo, me acerco a la reflexión sobre la razón de la existencia del campesinado, un trabajo en equipo, en armonía entre lo exterior y lo interior, entre la necesidad propia y la colectiva; razones suficientes que me llevan a hacer el llamado para volver a la esencia del cuidado, de la protección y la recuperación.

Hoy la naturaleza nos envía, de distintas maneras, mensajes de alarma mediante eventos como el cambio climático al que debemos prestarle atención, pues existe un futuro: hijos, nietos, bisnietos que merecen el disfrute de este mundo maravilloso.

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